Por: Emilio Doñe.
Pese a que el propósito del Padre Celestial era libertar a los hebreos por medio de Moisés, no había llegado su tiempo preciso; por otro lado, aunque Moisés tenía la confianza y aplomo como miembro de la casa de Faraón, así como grandes dotes de organización y mando, Moisés no estaba preparado para encargarse del pueblo de Dios.
A Moisés le tocó soportar cuarenta años de difícil preparación, que primero conllevaron el alejamiento de su muy cómoda situación… Pasando de la notoriedad a la oscuridad, de tener recursos ilimitados a una ausencia de recursos, de la actividad a la inactividad y en especial a tener que esperar.
Porque a los fines de poder asumir su tarea futura de dirigir al pueblo de Dios, debía desarrollar cualidades como la humildad, un genio apacible, una gran paciencia, la mansedumbre, el autodominio y debía aprender a confiar en el Padre de un modo mayor.
Esa preparación debía ayudarle a evitar la desilusión y el desánimo, resistir dificultades, así como enfrentar con calma, bondad y determinación la gran cantidad de problemas que se presentarían en una gran nación.
Si vemos otros personajes bíblicos con detenimiento, podremos visualizar que a David se le sometió a una rigurosa preparación, esto a pesar de haber sido ungido por Samuel. Nuestro Salvador Jesucristo fue probado para perfeccionarlo como Sumo Sacerdote y Rey para siempre.
Tal y como muestran pasajes como el de Hebreos 5: 8-9 “Aunque era Hijo de Dios, Jesús aprendió obediencia por las cosas que sufrió. De ese modo, Dios lo hizo apto para ser el Sumo Sacerdote perfecto, y Jesús llegó a ser la fuente de salvación eterna para todos los que le obedecen.”
Tomando como referencia el ejemplo de Moisés, procuremos no acortar el tiempo de preparación de Dios, porque eso sólo conduce a callejones sin salida, que solo pueden obligarnos a volver a visitar lecciones que ya hace tiempo teníamos que haber aprendido.
Sigamos el ejemplo de Moisés, que se esforzó por fortalecer la fe de quienes los rodeaban y con las decisiones que tomó a lo largo de su vida demostró que tenía fe en las promesas de Dios (Hebreos 11: 24-29).
Muchas gracias y Dios les guarde.
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